¡Un grito desgarrado lacera mi garganta!
¡Mis ojos no dan crédito a tan tremendo horror!
Como un ácido ardiente se vierte en mis entrañas,
y en mi amor por la paz… se subleva el rencor.
¡No pidan que perdone!...¡No puedo perdonar!
Al que desata su odio, su trauma o frustración
en cuerpecitos frágiles de niños que no entienden
y ni siquiera saben... cuál ha sido su error.
¿Qué alienación masiva se está dando en el mundo?
¿Qué vómito infernal en su alma se gestó?
Si en tanto simples bestias se inmolan por sus crías
y las protegen siempre de cualquier agresión...
Reflejándose en Cronos, el hombre omnipotente,
ese, que en su jactancia se siente superior,
Devora a sus cachorros con despiadada saña,
o los convierte a veces en castas de dolor.
¡Si son ellos, los niños, el milagro supremo!
Su dulzura: ambrosía de nuestro acibarado
y fustigado andar.
Si no fuera por ellos,
carece de sentido la vida que forjamos
en titánica lucha, contra del vendaval.
Son, entre las tinieblas aciagas y nefastas
en que todo sucumbe sin razón ni piedad,
el único estandarte, con luz sublime y propia
que en luces de inocencia, nos podría guiar.
Por eso, no me pidan que me aplaque y comprenda,
que sopese causales, que entienda la razón.
Pues quien lastima a un niño, física o moralmente.
aún, con mil atenuantes... ¡ No merece perdón!
¡Mis ojos no dan crédito a tan tremendo horror!
Como un ácido ardiente se vierte en mis entrañas,
y en mi amor por la paz… se subleva el rencor.
¡No pidan que perdone!...¡No puedo perdonar!
Al que desata su odio, su trauma o frustración
en cuerpecitos frágiles de niños que no entienden
y ni siquiera saben... cuál ha sido su error.
¿Qué alienación masiva se está dando en el mundo?
¿Qué vómito infernal en su alma se gestó?
Si en tanto simples bestias se inmolan por sus crías
y las protegen siempre de cualquier agresión...
Reflejándose en Cronos, el hombre omnipotente,
ese, que en su jactancia se siente superior,
Devora a sus cachorros con despiadada saña,
o los convierte a veces en castas de dolor.
¡Si son ellos, los niños, el milagro supremo!
Su dulzura: ambrosía de nuestro acibarado
y fustigado andar.
Si no fuera por ellos,
carece de sentido la vida que forjamos
en titánica lucha, contra del vendaval.
Son, entre las tinieblas aciagas y nefastas
en que todo sucumbe sin razón ni piedad,
el único estandarte, con luz sublime y propia
que en luces de inocencia, nos podría guiar.
Por eso, no me pidan que me aplaque y comprenda,
que sopese causales, que entienda la razón.
Pues quien lastima a un niño, física o moralmente.
aún, con mil atenuantes... ¡ No merece perdón!
Santa, Huéscar
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