La entrega de la lágrima
Sacado del libro: “Mujeres que corren con los lobos”, de Clarissa Pinkola Estés
Las lágrimas encierran un poder creador. En los mitos, las lágrimas producen una inmensa creación y una sincera reunión. En el folclore herbario, las lágrimas se utilizan como sustancia aglutinante para asegurar los elementos, unir las ideas y juntar las almas. Cuando se derraman lágrimas en los cuentos de hadas, éstas alejan a los ladrones o provocan el desbordamiento de los ríos. Cuando se rocían, evocan los espíritus. Cuando se derraman sobre el cuerpo, curan las laceraciones y devuelven la vista. Cuando se tocan dan lugar a la concepción.
A veces la lágrima que se derrama es la lágrima de la pasión y la compasión por la propia persona y por la del otro. Es la lágrima que más cuesta derramar, sobre todo para ciertos hombres y para cierta clase de mujeres “endurecidas por la vida”.
Esta lágrima de pasión y compasión es la consecuencia del agotamiento que se produce al desmontar las defensas y enfrentarse con uno mismo, al quedarse desnudo hasta los huesos. En búsqueda de alivio el alma examina que es lo que desea realmente.
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La primavera llega con una lluvia de lágrimas. La entrada al mundo subterráneo se produce con una cascada de lágrimas. Una lágrima, oída por alguien que tenga corazón, se interpreta como una invitación a acercarse.
La lágrima del soñador se produce cuando un amante en ciernes se deja llevar por el sentimiento y venda sus propias heridas, cuando se atreve a contemplar la autodestrucción que él mismo ha provocado mediante la pérdida de la confianza en la bondad del yo. Entonces llora porque percibe su soledad, su profunda añoranza de aquel lugar psíquico, de aquella sabiduría salvaje.
Así sana el hombre, así aumenta su comprensión. Él mismo se prepara la medicina, él mismo asume la tarea de alimentar a la “otra persona borrada”. Con sus lágrimas empieza a crear.
Amar a otra persona no es suficiente, el hecho de “no ser un obstáculo” en la vida de otra persona no es suficiente. No basta con mostrarse “comprensivo”, “estar disponible” y otras cosas por el estilo. El objetivo es convertirse en un entendido en las cosas de la vida y la muerte, en los asuntos de la propia vida y el panorama general.
Todos hemos cometido el error de que otra persona nos puede curar. Se tarda mucho tiempo en averiguar que no es así, sobre todo porque proyectamos la herida fuera de nosotros en lugar de curarla dentro de nosotros.
Probablemente, lo que más desea una mujer de un hombre es que disuelva sus proyecciones y se enfrente con su propia herida. Cuando un hombre se enfrenta con su herida, la lágrima asoma con naturalidad a su ojo y sus lealtades exteriores e interiores se aclaran y se fortalecen. Entonces se convierte en su propio sanador; ya no es un solitario para su Yo profundo. Ya no recurre a la mujer para que sea su analgésico.
La lágrima de compasión se derrama en respuesta a la herida, y esta herida tiene distintas configuraciones y orígenes en cada persona. Para algunos significa pasarse la vida escalando sin descanso y con gran esfuerzo la montaña, para descubrir demasiado tarde que han estado escalando la montaña que no debían. Para otros son las cuestiones no resueltas y no curadas de los malos tratos sufridos en la infancia.
Para otros es una dolorosa pérdida en la vida o en el amor. Un joven sufrió la pérdida de su primer amor, no tuvo apoyo de nadie y no supo cómo curarse. Durante años anduvo destrozado por la vida, por más que él insistiera en afirmar que no estaba herido. Otro era un joven novato de un equipo profesional de fútbol americano. Un día se produjo accidentalmente una lesión permanente en la pierna y su sueño de toda la vida se esfumó de la noche a la mañana. La herida no fue solo la tragedia o la lesión, sino el hecho de que, durante veinte años, solo aplicara a la herida la medicina de la amargura, el abuso de estupefacientes y las juergas. Cuando los hombres sufren heridas de este tipo, se les huele desde lejos. Ninguna mujer, ningún amor, ningún cuidado es capaz de sanar semejante herida, solo la compasión que uno siente de sí mismo y los cuidados que prodiga a su herida.
Cuando el hombre derrama la lágrima, significa que ha llegado a su dolor y se percata de ello cuando lo toca. Se da cuenta de que ha vivido una existencia a la defensiva por culpa de la herida. Se da cuenta de las cosas que se ha perdido en la vida por este motivo y de lo paralizado que está su amor por la vida, por su propia persona y por los demás.
En los cuentos de hadas las lágrimas cambian a las personas, les recuerdan qué es lo más importante y salvan sus almas. Solo la dureza de corazón impide el llanto y la unión. Hay un dicho que traduje del sufí hace tiempo y que es más bien una plegaria, en la que el orante le pide a Dios que le rompa el corazón: “Destroza mi corazón de tal forma que quede espacio libre para el Amor Infinito”.
Contribución de Santa Molina
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